En Santiago Centro, el Colegio Bicentenario Victoria Prieto lleva adelante un cineclub escolar impulsado por la profesora Carolina Vidal, quien este año adaptó la iniciativa para trabajarla con estudiantes de 5° y 6° básico en Historia y en el Taller de Comprensión Lectora.
El establecimiento destaca por su diversidad cultural y una infraestructura que favorece la ciencia, el arte y la tecnología. En ese contexto, el cineclub surge como un espacio que permite ampliar horizontes y fortalecer habilidades fundamentales, especialmente para estudiantes que viven realidades socioeconómicas complejas.
“El cine como herramienta es fundamental. No solo para la enseñanza de la historia, sino para acercar a los niños a la cultura, la vida en sociedad y otras realidades”, comenta Carolina. “En un espacio donde muchos provienen de contextos complejos, me pareció una apuesta interesante. Por eso ingresé al curso y decidí formar el cineclub”.
La profesora encontró formas de sostener la iniciativa integrándola al currículum y a espacios de mayor flexibilidad: “El cineclub me permite volver a lo que quiero hacer como docente. Me da aire”.
De la lectura al cine: un puente pedagógico
En la primera sesión, a partir del cuento El almohadón de plumas de Horacio Quiroga, la docente invitó a comparar el relato escrito con su versión audiovisual en stop motion. El ejercicio permitió que los estudiantes pasaran de la imaginación al análisis cinematográfico con naturalidad.
La actividad se cerró con la “ruleta preguntona”, una dinámica que transformó la reflexión en un juego participativo. “El libro me hizo imaginar el miedo, la película me lo mostró y lo sentí con la música”, recuerda Carolina sobre las impresiones de uno de los estudiantes, “Los colores grises de la animación hicieron que todo se sintiera más triste”, agregó otro.
Para la profesora, estos momentos fueron reveladores: “Los niños internalizaron rápidamente el visionado como parte del aprendizaje. A veces me preguntan: ‘Profe, ¿hoy día no vamos a ver algo?’ Es bonito ver cómo se genera ese interés”.
Carolina también experimentó con la creación, explorando el origen de la imagen en movimiento con la fabricación de taumatropos, juguetes ópticos que revelan la ilusión de crear una nueva imagen a partir de la superposición de otras.
“Quise que llegaran al conocimiento por sí mismos”, explica Carolina. “Partí por preguntarles qué películas los han marcado y, desde allí, los llevé a pensar en cómo se hace una animación. Me sorprendió lo que ya sabían y lo rápido que fueron armando sus propias conclusiones”.
Uno de los avances más visibles ha sido la forma en que los cursos han incorporado el visionado como parte natural del aprendizaje. Para ver cortos o películas, los propios estudiantes organizan el espacio: cierran cortinas, apagan luces, guardan silencio y se disponen a observar. “Ellos mismos regulan la postura para ver. Son muy inteligentes. Al principio tuve que modelarlo; luego lo hicieron solos”, relata la docente.
Además del entusiasmo, Carolina observa habilidades que se fortalecen sesión tras sesión: la expresión oral, la interpretación de imágenes, la sensibilidad estética y la capacidad de conectar emociones con narrativas audiovisuales.
“El cine abre perspectivas y realidades que los chiquillos no conocen. Y sobre todo desarrolla pensamiento crítico, algo fundamental para que puedan constituirse como sujetos que cuestionan lo que los rodea”.
Para el próximo año, Carolina proyecta conseguir un espacio más estable y ampliado para el cineclub, idealmente con un lugar propio y oportunidades tanto para los niveles iniciales como para enseñanza media. “Quiero que el cineclub tenga su propio espacio. Si no, siento que se limita demasiado. Sé que es difícil, pero no imposible”, concluye.
